El mundo se movía más de lo normal,
con cada respiro la frescura de la madrugada me apuñalaba otra vez
el cerebro.
Sentía un poco el cuerpo, pero sé que
caminaba o corría. Algo mojo mis labios, amargo, aguachento, pero
duró poco. Estaba cansado enojado, en un arranque de ira estrellé lo
que tenia en la mano contra algo !splash!; mil pedazos de vidrios
volaron y la sangre empezó a brotar. Oí unas risas o un llanto,
todo se movía rápido sin sentido frenético, el tiempo paró.
Cuando encontré, en algún lugar, mi
conciencia ya no sabía donde estaba ni cuánto tiempo había pasado.
Vi blanco, la nada. El frío me calaba los huesos, entonces mordí y
me puse a llorar.
Decidí irme. No soportaba ese olor, un
fuerte olor a lavandina con trapo sucio, podrido, que tapaba un aroma
tenue, lejano, ascéptico como la muerte.
Me senté en la camilla, miré mis
manos; un punzante dolor me hizo girar la muñeca. Tenía suero, me
lo arranqué, bajé de la cama y caminé hacia la puerta, nadie se movió, había hombres y mujeres con caras de cansancio, algunos durmiendo, otros esperando.
Salí por la puerta principal, la luz
me encegueció, tuve sed, esa sed incontenible, insaciable, desesperante
y ya no pude mirar ni escuchar, sólo caminé hasta que no pude más.
Dani Malgor 04/06/07