lunes, 15 de julio de 2013

El frío de los huesos

El mundo se movía más de lo normal, con cada respiro la frescura de la madrugada me apuñalaba otra vez el cerebro.
Sentía un poco el cuerpo, pero sé que caminaba o corría. Algo mojo mis labios, amargo, aguachento, pero duró poco. Estaba cansado enojado, en un arranque de ira estrellé lo que tenia en la mano contra algo !splash!; mil pedazos de vidrios volaron y la sangre empezó a brotar. Oí unas risas o un llanto, todo se movía rápido sin sentido frenético, el tiempo paró.
Cuando encontré, en algún lugar, mi conciencia ya no sabía donde estaba ni cuánto tiempo había pasado. Vi blanco, la nada. El frío me calaba los huesos, entonces mordí y me puse a llorar.
Decidí irme. No soportaba ese olor, un fuerte olor a lavandina con trapo sucio, podrido, que tapaba un aroma tenue, lejano, ascéptico como la muerte.
Me senté en la camilla, miré mis manos; un punzante dolor me hizo girar la muñeca. Tenía suero, me lo arranqué, bajé de la cama y caminé hacia la puerta, nadie se movió, había hombres y mujeres con caras de cansancio, algunos durmiendo, otros esperando.

Salí por la puerta principal, la luz me encegueció, tuve sed, esa sed incontenible, insaciable, desesperante y ya no pude mirar ni escuchar, sólo caminé hasta que no pude más.

Dani Malgor 04/06/07  

No hay comentarios:

Publicar un comentario