LA RAÍZ
La última vez
regresé en ómnibus. Fue un viaje áspero, como son esos trayectos a pelo de
caballo, espinosos y malolientes. No tenía sentido el cansancio, sentimiento
absurdo que lo alejaba del momento, lo desconectaba de su raíz, del viaje
áspero como de pelo de caballo. Ese tenaz amarreteo del aire lo ponía loco,
como si el polvo consumiera todo el oxígeno, el viento caliente en la cara –implacable–
del zonda.
El cuerpo se
tensa y se distiende, a espasmos regulares, lo que hace aún más difícil algo
tan simple como respirar. Es el viejo compañero, ese dolor sordo en los
pulmones, que lo sigue a sol y sombra, sin descanso. Terror a crecer, eso es lo
que le dijo el doctor tantos años atrás, como si por decirlo mágicamente se
arreglara, desapareciera, quedase oculto en un rincón. Sentía el odio de los
asientos, en esas sacudidas de zamba, un odio cada vez mas acrecentado por el
camino de piedra. Aunque no es del todo cierto, pensó Juan de la frase del
doctor. No podía echar la culpa a unas pocas palabras. Pero vuelvo al ómnibus,
al presente, a lo áspero, irrespirable de esta cachila destartalada, pensó en
su cabeza, a reencontrarme con el dolor sordo en el pecho, estoy llegando, tan
cerca, falta poco, y el corazón que se acelera como lo hace el viejo colectivo.
Por Gabi
Por Gabi
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