jueves, 27 de junio de 2013

Zoom

En un auto vamos los dos, envueltos en el silencio profundo de la madrugada. Las palabras se fueron espaciando hasta dejar baches tan grandes que ya no pudimos seguir el hilo de la conversación. Pero estaba el mate como amuleto, como puente hacia lo cotidiano. Es curioso como aún queriendo escapar de la rutina, no hacemos más que sucumbir en cada pequeño ritual, buscando desesperadamente algo que permanezca inalterable dentro nuestro.  
La ruta tiene un sonido similar a palabras susurradas, como secretos que los viajeros le cuentan al camino. Pienso que yo también tengo secretos, pero ahora no se me ocurre ninguno. Se me aparecen como pequeños pájaros saliendo de una jaula donde estuvieron encerrados durante mucho tiempo. Los imagino negros. Cebo un mate despacio, cuidando de no volcar y lo tomo de un sorbo. Me pregunto de qué color serán los secretos de Miguel. Lo miro fijo, tratando de adivinar la respuesta. Él me sonríe y me acaricia la mano. Decido que seguramente sean negros como los míos. Vuelvo a cebar, le alcanzo el mate, toma de a sorbos cortos, haciéndolo durar y me lo devuelve.

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